Deja vu
22 de diciembre de 1990. Mí ídolo de la infancia, el Pato Fillol, se retiraba a los 40 años, jugando para Vélez, en el Monumental. River necesitaba ganar para seguir en carrera por el título. Pero Ubaldo Matildo no lo dejó. El partido fue una catarata de ataques de River que, inexorablemente, terminaron en las manos del mejor arquero argentino de la historia. Si hasta un penal atajó. Ganaron los de Liniers dos a uno y el Millo no pudo ser campeón.
Ese día aprendí la lección. El club debería estar por encima de todo. Y los jugadores son profesionales. La van a romper jugando para tu equipo. Pero si después juegan para otro, van a hacer lo posible para escupirte el asado.
Por eso no entendí el amor incondicional y tanto apoyo ayer a Marcelo Barovero. Lo hicimos sentir cómodo, le permitimos que se agrande y convertimos al que hoy es un arquero del montón, en un arquerazo que atajó hasta las que iban afuera.
Podría llegar a entender a los hinchas, y sobre todo a los más chicos (así como el Pato fue mí ídolo, Trapito es el de mí hijo), que son pasionales y no olvidan lo que el uno de Banfield nos dio en el pasado. Pero que la dirigencia lo reconozca antes del partido fue como entregarle la llave de la casa. Un detalle que estoy seguro que a la gestión anterior no se le hubiera pasado por alto.
El primer tiempo fue muy aburrido. Ante la lesión de Borja, Demichelis prefirió volver a los 5 volantes y un solo punta. Pero si lo pasamos a los nombres, el único delantero fue Colidio (que volvió a jugar mal), y entre los 5 volantes (Mastantuono, Nacho, Fonseca, Aliendro y Barco) se pisaban la manguera y el fútbol no fluía. Así es muy difícil crear peligro.
En el complemento todo cambió. Salieron Mastantuono (de partido discreto) y Aliendro (otra vez, un fiasco) y entraron Solari y Echeverri. El juego entonces comenzó a fluir más naturalmente. Además, con más espacio, crecieron Barco y Nacho. Aparecieron los huecos en la defensa rival y con ellos las opciones de gol. Pero claro, tanto habíamos inflado al arquero rival que fue casi imposible quebrarlo. El ex Rafaela tapó todo lo que le tiraron. A veces volando, a veces poniendo un brazo a puro reflejo, se encargó de desactivar cada posibilidad creada por el Millonario.
Para colmo, cuando se estaba muriendo el partido, una contra de Banfield nos encontró mal parados y fueron ellos, casi en su única chance, los que abrieron el marcador.
Baldazo de agua fría y a remarla. Por suerte unos minutos después Barco hizo magia por la izquierda y pudo sacar un centro que encontró la cabeza de Solari. Y el ex Colo Colo sacó un frentazo que puso algo de justicia en el marcador.
Y pudimos ganarlo en el alargue. Pero claro, enfrente estaba Barovero.
El tiempo dirá si el punto sirve o no. Hoy tengo la sensación de que perdimos dos puntos. Y nos tiramos un tiro en el pie cuando decidimos agrandar a Trapito Barovero.
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